martes, 27 de diciembre de 2011

Vecino

 

El vecino toca todos los días el timbre de mi casa.  Hace dos meses que repite esa rutina. Llega siempre con el mismo  pijama de colores gastados. Pregunta por su madre. Se llama Estela, dice. Me observa con unos ojos rojos que irradian terror.  No sé donde está su madre, señor, le respondo. Todas las noches abre la puerta y le contesto lo mismo.  Ante cada negativa, el vecino baja la vista y vuelve desconsolado hasta su casa. Cuando llega a su jardín se sienta y coloca sus manos abiertas contra su rostro.  Esta mañana mi vecino tocó la puerta. Lo atendí un poco dormido. Como siempre preguntó por su madre. Esta mañana decidí  recordarle que a su madre la enterró hace dos meses en el jardín de su casa.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Saer sobre Di Benedetto




   Recordando una ironía que Goethe aplicó a los liberales, podríamos decir que a muchos escritores las cosas les resultan fáciles hoy en día, porque el público entero les sirve de suplente. Ni una sola frase estampan que sus lectores no hayan plebiscitado de antemano. Tan obvia es la estética sumaria que les proponen, tan de acuerdo con la opinión, con el sentido común, con las generalidades más deslavadas del "hombre culto", que sus libros se vuelven innecesarios, puesto que los mismos lugares comunes que vehiculan ya han sido proferidos hasta la náusea por los semanarios, las reseñas académicas y los debates políticos y culturales. Y es fácil observar que, al poco tiempo, esas banalidades tan aclamadas se disuelven junto con la actualidad en la que se injertan.
   Desde luego que no es el caso de Antonio Di Benedetto. Sus narraciones provienen de una profunda necesidad personal, indiferentes a la expectativa pública y a lo establecido y, por esa misma razón, no hay lector atento que, en lo más íntimo, no se reconozca en ellas.
   Hace cuarenta años, los grandes éxitos de librería como los llaman; nacionales e internacionales, ocultaron, con su barullo injustificado, la aparición de Zama, su obra maestra. Cuatro décadas más tarde, desvanecida ya la feria de ilusiones que nos lo escamoteaba, este texto a la vez épico y discreto, viviente y desgarrador, fulgura todavía entre nosotros. Es cierto que desde su aparición en 1956, varias ediciones confidenciales, casi secretas, se fueron sucediendo en la Argentina y en España, pero su lugar–uno de los primeros–en la narrativa de nuestra lengua no ha venido a ocuparlo todavía. Entre los autores de ficción de este idioma y de este siglo, Di Benedetto es uno de los pocos que tiene un estilo propio, y que ha inventado cada uno de los elementos estructurantes de su narrativa. Una página de Di Benedetto es inmediatamente reconocible, a primera vista, como un cuadro de Van Gogh. Sus grandes textos Zama, El silenciero, El cariño de los tontos, Cuentos claros, Aballay son un archipiélago singular en la geografía a decir verdad bastante banal de la narrativa en lengua castellana. Entre tantos mamotretos demostrativos y tantas agachadas supuestamente vanguardistas, la prosa lacónica de Di Benedetto, construida con una tensión que no cede ni un solo instante, demuestra una vez más, aunque haya que recordarlo a menudo, que el arte del relato nace siempre de una conjunción de rigor, de inteligencia y de gracia.
   Aunque opuesto en todo a los viajantes de comercio de la esencia americana, Di Benedetto, sin desde luego ningún voluntarismo programático, ha, por añadidura, elaborado en Zama una imagen exacta de América. Soliloquio lírico sobre la espera, la soledad, el desgaste existencial y el fracaso, este libro desesperado y sutil nos refleja de un modo más verídico que tantos carnavales conmemorativos que, con el pretexto de corretear lo americano, chapotean en el más chirle conformismo respecto de la forma narrativa, la cual, sin embargo, puesto que se presentan como libros de ficción, tendría que ser la primera de sus exigencias.
   El rigor de Zama está presente en los otros grandes textos de Di Benedetto. Cuatro novelas El pentágono, Zama, El silenciero y Los suicidas y una quincena de relatos de diferente extensión, constituyen un universo narrativo de primer orden, por su unidad estilística y formal y por su lucidez sin concesiones. El sabor de su prosa, vivificado por discretos matices coloquiales, es, a pesar de su sencillez aparente, resultado de un análisis magistral de la problemática narrativa que su tiempo le planteó.
   Los que tuvimos la suerte de ser sus amigos–lo que no estaba exento a veces de afectuosas dificultades– sabemos además que en la obra estaba presente la integridad de la persona, hecha de discreción, de penetración amarga, de abismos afectivos, de nobleza y de ironía. En 1976, las marionetas sangrientas que impusieron el terrorismo de Estado, lo arrestaron la noche misma del golpe militar y, sin ninguna clase de proceso, lo mantuvieron en la cárcel durante un año. Los notables mendocinos que había frecuentado durante décadas se lavaron las manos, de modo que cuando salió de la cár cel, a los 56 años, lo esperaban el destierro, la miseria y la enfermedad. Ni una sola vez lo oí quejarse, y cuando le preguntaba las causas posibles de su martirio, sonreía encogiéndose de hombros y murmuraba: "¡Polleras!". Pero ese año indigno lo destruyó. El elemento absurdo del mundo, que fecunda cada uno de sus textos, terminó por alcanzarlo. Y sin embargo, hasta último momento, a pesar de la declinación mental y física, encaró, con la misma ironía delicada de los años de plenitud, la inconmensurable desdicha.

En "El concepto de ficción" , publicado por Ariel. © 1997 J.J.Saer ©1997

martes, 29 de noviembre de 2011

Resistir

"En esas desveladas noches de las que te hablo, pienso, también, en el intransferible y perpetuo aprendizaje de los revolucionarios: perder, resistir. Perder, resistir. Y resistir. Y no confundir lo real con la verdad". 
                                       Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno

viernes, 25 de noviembre de 2011

Huang

Un pequeño ejercicio sobre la construcción de un personaje 
           
Huang

Certezas y conjeturas de la charla con Huang mientras cenamos una fondue en el barrio de Almagro. Huang tiene 36 años. Está completamente rapado. Es chino, conjeturo. No es verdad, soy taiwanés, dice  Huang. Como todos los taiwaneses odia a los chinos.  Acaba de llegar a la Argentina, nuevamente. Vivió en Paraguay hasta los seis años. La segunda mudanza fue a una casa en Parque Centenario junto a sus padres.  Otra conjetura, casi cercana a una certeza: Huang parece homosexual,  y no es  su gestualidad ni  su voz la que demuestra su orientación, sino la forma en la que mira al mozo que nos atiende. Su mirada es perversa y lujuriosa.  Huang es médico. Especialista en Neurología.  Me cuenta que trabaja en un país llamado Suazilandia, pegado a Sudáfrica. Huang posee un tono medido y parsimonioso para hablar.  Luego  de mojar un pan tostado en la salsa de queso,  dice que tiene que viajar a la Argentina cada dos años para no perder su residencia, porque si lo hace es obligado a hacer el servicio militar en  su país natal. Certeza: aun después de exclamar “Chinos de mierda”, su sobriedad es envidiable.  Vuelve a comer. La conversación se interrumpe durante diez  minutos. Huang podría estar en silencio hasta el fin de la cena. Interrumpo su mutismo. Insisto en saber más de él.  Me cuenta que trabaja en una ONG que ofrece médicos a los países pobres.  Huang mira la hora en su celular de alta tecnología. Sospecho que tiene mucho dinero.   Quiero saber más de Suazilandia y le pregunto sobre su forma de gobierno. Sonríe y  contesta: Monarquía absoluta, con  un jefe que tiene catorce esposas. Concluye que no es la mejor manera de representación. También dice que está convencido que lo ideal sería la sofocracia, el gobierno de los sabios, según Platón, agrega.  Certeza infinita: el taiwanés se cree superior.  Terminamos de comer. El mozo trae la cuenta. Huang no sonríe pero vuelve a observar al mesero con lujuria.  Tiene un mensaje en su celular de alta tecnología. Se levanta y me saluda. Adiós y gracias, dice. Dos cervezas, una fondue y servicio de mesa son ciento veinte pesos. Pago con cara de fastidio. Última certeza: Huang es un miserable.  
  

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Manuel Puig por Piglia

Escritor reconocido y olvidado en idénticas proporciones. Se dijo de él: kitsch, irónico, escritor sin estilo, camp, paródico, posmoderno. El respondió con exilio y con su obra. El tiempo le dio la razón a su literatura ante la amenaza de una crítica anacrónica y reaccionaria.




Manuel Puig y la magia del relato por Ricardo Piglia

Una rosa es una rosa. La apoteosis de Manuel Puig es el film de Woody Allen La rosa púrpura del Cairo que es, por supuesto, un homenaje explícito al mundo del narrador argentin. Esa muchacha sencilla y mal casada, especie de Madame Bovary fascinada por el cine, es una heroína típica de Puig.Y la historia parece sacada de sus novelas (si bien Puig es mucho más sutil y alusivo).El cine plagia el mundo de quien supo encontrar en el cine el modelo mismo de su imaginario. La educación sentimental. El gran tema de Puig es el bovarismo. El modo en que la cultura de masas educa los sentimientos. El cine, el folletín, el radioteatro, la novela rosa, el psicoanálisis: esa trama de emociones extremas, de identidades ambiguas, de enigmas y secretos dramáticos, de relaciones de parentesco exasperadas sirve de molde a la experiencia y define los objetos de deseo. Puig ha sabido aprovechar las formas narrativas implícitas en ese saber estereotipado y difuso.
Modos de narrar. Puig ha sabido encontrar técnicas narrativas en zonas tradicionalmente ajenas a la literatura: las revistas de modas, la confesión religiosa, las necrológicas se convierten en modos de narrar que permiten renovar Las formas de la novela. Al mismo tiempo manejó siempre los procedimientos más intensos del relato (el suspenso, el escamoteo de las identidades, las revelaciones sorpresivas, las omisiones y las implicancias oblicuas, el desenlace sorpresivo y brutal) e hizo ver que el interés narrativo no es contradictorio con las técnicas experimentales. El collage, la mezcla, la combinación de voces y de registros que rompen con los estereotipos de la novela tradicional se convierten también en un elemento clave del suspenso narrativo.
Después de la vanguardia. Puig fue más allá de la vanguardia; demostró que la renovación técnica y la experimentación no son contradictorias con las formas populares. Comprendió de entrada qué era lo importante en Joyce. "Yo lo que tomé conscientemente de Joyce es esto: hojeé un poco Ulises y vi que era un libro compuesto con técnicas diferentes. Basta. Eso me gustó." Por supuesto, ésa es toda la lección de Joyce, multiplicidad de técnicas y de voces, ruptura del orden lineal, atomización del narrador. Un escritor no tiene estilo personal. Escribe en todos los estilos, trabaja todos los registros y los tonos de la lengua.
Los siete libros. Todo Puig está en su primera novela. La traición de Rita Hayworth es su obra máxima y una de las grandes novelas de la literatura argentina. En ese libro Puig encuentra, a la vez, un mundo narrativo y una técnica. Define lo que podemos llamar "el efecto Puig": esa marca que lo hace inimitable (pero fácil de plagiar) y lo distingue en la literatura contemporánea. Con Boquitas pintadas logra un espectacular éxito de público, conquista el mercado internacional y se convierte, de hecho, en el primer novelista profesional de la literatura argentina.
Policías y criticos. Los efectos contradictorios de ese éxito están narrados en The Buenos Aires affaire , que es una versión cifrada de las luchas y la competencia que definen el ambiente literario. La novela debe ser leída en la rica tradición de relatos sobre artistas y escritores que existen en nuestra literatura (desde El mal metafísico o Adán Buenosayres a "El aleph", "El perseguidor", "Escritor fracasado" o Aventuras de un novelista atonal). Puig convierte en novela policial la historia de un artista perseguido por un crítico asesino. La pintora que trabaja con restos y desechos que recoge en la basura es una transposición transparente del arte narrativo de Puig, construido con formas y materiales "degradados" y populares. Esa versión paranoica y sagaz del mundo literario argentino (con sus alusiones a "Primera plana" y a la lucha por el prestigio y el reconocimiento) es al mismo tiempo una venganza y una despedida: ese mismo año Puig abandona la Argentina.La verdad y la ficción. En sus cuatro novelas siguientes la voluntad documental e hiperrealista de Puig se resuelve con una innovación técnica que lo coloca en la mejor dirección experimental de la narrativa contemporánea. Puig comienza a usar el grabador y la transcripción de una voz y de una historia verdadera a la que somete a un complejo proceso de ficcionalización. Valentín Arregui en El beso de la mujer araña ; Pozzi en Pubis angelical ; Larry en Maldición eterna a quien lea estas páginas . Son personajes y vidas reales a las que Puig contrapone una voz ficcional que dialoga y las enfrenta: Molina, el preso homosexual en El beso; Ana, la muchacha que se muere de cáncer en Pubis; el viejo enfermo y paralítico en Maldición. Ese contraste (exasperado hasta el límite en la magnífica Maldición eterna, la mejor novela de Puig desde La traición) crea un extraño desplazamiento: Puig ficcionaliza lo testimonial y borra sus huellas.Un crimen. El crimen que se narra en Boquitas pintadas condensa bien el mundo narrativo de Puig. En esa muerte y en el desplazamiento de las culpas se tejen, más nítidamente que en toda la novela, las relaciones jerárquicas que sustentan la intriga y los elementos melodramáticos que acompañan un mundo de rígidas diferencias sociales. La malvada de buena familia, la sirvienta engañada, el cabecita negra, la niña bien, la madre soltera, el policía ambicioso: las figuras del folletín están en primer plano, aunque el crimen no ocupe el centro de la novela. Se ve por otro lado allí un aspecto de Boquitas que a menudo ha estado disimulado por la lectura "paródica" del texto: las relaciones de violencia y engaño que definen la trama social y que Puig ha ido poniendo cada vez más en la superficie de su mundo narrativo.



Extraído del libro "La Argentina en pedazos" de Ricardo Piglia© 1993
Ediciones La Urraca