viernes, 25 de noviembre de 2011

Huang

Un pequeño ejercicio sobre la construcción de un personaje 
           
Huang

Certezas y conjeturas de la charla con Huang mientras cenamos una fondue en el barrio de Almagro. Huang tiene 36 años. Está completamente rapado. Es chino, conjeturo. No es verdad, soy taiwanés, dice  Huang. Como todos los taiwaneses odia a los chinos.  Acaba de llegar a la Argentina, nuevamente. Vivió en Paraguay hasta los seis años. La segunda mudanza fue a una casa en Parque Centenario junto a sus padres.  Otra conjetura, casi cercana a una certeza: Huang parece homosexual,  y no es  su gestualidad ni  su voz la que demuestra su orientación, sino la forma en la que mira al mozo que nos atiende. Su mirada es perversa y lujuriosa.  Huang es médico. Especialista en Neurología.  Me cuenta que trabaja en un país llamado Suazilandia, pegado a Sudáfrica. Huang posee un tono medido y parsimonioso para hablar.  Luego  de mojar un pan tostado en la salsa de queso,  dice que tiene que viajar a la Argentina cada dos años para no perder su residencia, porque si lo hace es obligado a hacer el servicio militar en  su país natal. Certeza: aun después de exclamar “Chinos de mierda”, su sobriedad es envidiable.  Vuelve a comer. La conversación se interrumpe durante diez  minutos. Huang podría estar en silencio hasta el fin de la cena. Interrumpo su mutismo. Insisto en saber más de él.  Me cuenta que trabaja en una ONG que ofrece médicos a los países pobres.  Huang mira la hora en su celular de alta tecnología. Sospecho que tiene mucho dinero.   Quiero saber más de Suazilandia y le pregunto sobre su forma de gobierno. Sonríe y  contesta: Monarquía absoluta, con  un jefe que tiene catorce esposas. Concluye que no es la mejor manera de representación. También dice que está convencido que lo ideal sería la sofocracia, el gobierno de los sabios, según Platón, agrega.  Certeza infinita: el taiwanés se cree superior.  Terminamos de comer. El mozo trae la cuenta. Huang no sonríe pero vuelve a observar al mesero con lujuria.  Tiene un mensaje en su celular de alta tecnología. Se levanta y me saluda. Adiós y gracias, dice. Dos cervezas, una fondue y servicio de mesa son ciento veinte pesos. Pago con cara de fastidio. Última certeza: Huang es un miserable.  
  

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