Amalfitano es un exiliado chileno, profesor universitario, desalentado de su militancia política, filósofo, poeta y homosexual a partir de los 50 años que ya había paseado por la obra de Bolaño en 2666. El otro es Padilla, joven poeta y amante de Amalfitano. Juntos son los encargados de sostener una trama en la que suceden historias paralelas tan particulares como extravagantes, que ocurren en una desolada Santa Teresa, al norte de México. Allí se entrecruzan mujeres asesinadas, un streep tease “comunicativo” donde se desnudan también los espectadores y la dinastía de una familia que parece burlar respetuosamente (o no tanto) al García Márquez de Cien años de soledad. “Menos mal que he leído a los poetas, y que he leído Las Novelas. Menos mal que he leído”, concluye en el final de un capítulo Amalfitano. La declaración desnuda la obsesión por los poetas, los que verdaderamente expresan el desarraigo, la locura y las ganas de vivir con intensidad. Bolaño siempre repitió su apasionamiento con los poetas: “… son pocas las cosas que un hombre puede soportar. Un poeta, en cambio, lo puede soportar todo". Por otra parte, tal como los ha entendido Bolaño no pueden dejar de ser unos marginales condenados (salvo Pablo Neruda y Octavio Paz). Es por eso que representan los homosexuales de los años ’80 y los parias de la izquierda de los ’60 y `70. Amalfitano lo entiende perfectamente en una declaración que lo pinta de cuerpo entero, y en esa proclama la forma de entender y disfrutar la novela: “...mis males provienen de mi admiración por los judíos, los homosexuales, los revolucionarios y los drogadictos”.
Nunca sabremos si Bolaño, de haber seguido con vida, hubiera publicado esta novela con tales estructuras y grado de revisión. Pero no tiene importancia. La mitología de Bolaño sigue alimentando el mercado editorial y engalanando al lector que se viste de policía y descubre una gran novela.